EL CONOCIMIENTO A TRAVÉS DEL TIEMPO
Toda ciencia es el resultado de un proceso sin término, complejo, de avances, retrocesos, búsquedas fallidas o exitosas; de acumulación, sistematización, análisis e interpretación de experiencias humanas. La afirmación de que la indagación científica es infinita, resulta, ella misma, de una experiencia y una reflexión resultados de la investigación: siempre que el hombre, en su búsqueda de entender el Universo en el que vive, ha creído haber encontrado un límite definitivo, nuevas observaciones, apoyadas en mejores instrumentos o en una experiencia más depurada, han abierto horizontes antes desconocidos e insospechados. Así sucedió con el átomo, “indivisible”, que resultó compuesto de partículas menores; así resultó asimismo con la extensión del Universo. Además, hoy en día casi todo mundo acepta la existencia de la evolución, la aparición de fenómenos nuevos. Es evidente que nadie puede presentar una comprobación acerca de algo que no existe todavía —aunque se puede especular acerca de ello—, basándose en el resultado de experiencias anteriores y de relaciones causales conocidas. Podemos concluir que el conocimiento científico nunca es ni puede ser “completo”, que está siempre sujeto a avances, innovaciones y rectificaciones.
El conocimiento histórico está igualmente sujeto a rectificaciones y transformaciones, a nuevos descubrimientos, análisis e interpretaciones. En ocasiones, este proceso sufre interrupciones y retrocesos, pero en general se incrementan nuestra comprensión y saber de los hechos del pasado y de las sociedades de tiempos más o menos remotos. La historia va afianzando su carácter de ciencia, basada en reflexiones cada vez más rigurosas, y sus afirmaciones e interpretaciones se acercan crecientemente a la realidad, en un movimiento de continuas rectificaciones y superaciones.
Al mismo tiempo, en la historia como en toda disciplina científica, se abren permanentemente nuevos campos de conocimiento, que exigen una profunda búsqueda y examen. La imaginación, la especulación y la intuición ayudan con frecuencia a emprender caminos no explorados antes o a cuestionar otros, ya aceptados ampliamente; su análisis riguroso enriquece el pensamiento científico.
En la exposición que sigue nos referiremos sobre todo, después de hablar del periodo inicial de la humanidad, al desarrollo que empieza en el área de Asia occidental y el Mediterráneo, continúa en Europa central y occidental y se extiende posteriormente a la mayor parte del mundo. Ello no se debe a un menosprecio de las demás regiones, sino al hecho de que es ahí donde aparecen y se desenvuelven las estructuras que predominan actualmente.
Durante muchas decenas o cientos de miles de años, los seres humanos sólo disponían de instrumentos de piedra, hueso o madera; no realizaban una actividad productiva propiamente dicha sino que vivían de la recolección, la caza y la pesca, es decir, de lo que producía la naturaleza. Los recursos de que disponía cada grupo generalmente apenas bastaban para su subsistencia y no permitían a nadie vivir sin participar en las actividades del conjunto; no existía la posibilidad de acumular riquezas personales. Las comunidades que convivían en forma estable eran reducidas, integradas por unas cuantas decenas de individuos; la relación entre los diferentes núcleos humanos era escasa y, frecuentemente, de hostilidad.
Con el invento de la agricultura y la ganadería, cuya antigüedad probablemente no rebase los 12 a 14 mil años, aumentó considerablemente el rendimiento del trabajo humano, que se incrementó mucho más todavía, milenios más tarde, con la utilización de los metales. Estos progresos dieron lugar a importantes cambios en la sociedad humana. Aparecieron las ciudades, que son centros de artesanía, comercio, culto religioso y gobierno, así como reinos, imperios y otras formas de estado que agrupaban miles y, ya en los tiempos más recientes, millones de personas. En lugar de la propiedad colectiva, predominante hasta ese momento, empezó a imperar la individual, sobre todo respecto a la tierra, el ganado y las herramientas. La guerra, actividad fundamental masculina, jugó un gran papel en la imposición de la nueva distribución de la riqueza, que generalmente se concentró en manos de los varones. Cambió la organización de la familia y se inició el dominio del hombre en lugar de la igualdad entre los sexos o la preeminencia de la mujer que solían regir anteriormente.
Las nuevas formas de trabajo consistentes en la agricultura, la ganadería y el uso de mejores instrumentos permitieron que el trabajador produjera considerablemente más de lo que necesitaba para subsistir. Esto hizo posible la explotación, es decir, el privar a unas personas de parte de lo que producen. Una de sus formas principales era, en una primera época, la esclavitud en la que unos hombres son propiedad de otros. Aunque hay diferentes formas de ella, en lo fundamental todo lo que produce el esclavo es propiedad de su dueño, y sólo se le proporciona lo indispensable para sobrevivir y seguir trabajando.
Hoy rige en el mundo el sistema capitalista o “de libre empresa”, con el predominio de grandes empresas internacionales, que frecuentemente constituyen poderosos monopolios. Su forma actual, imperante claramente desde la década de los ochenta del siglo XX, es llamada neoliberalismo por muchos observadores, por buscar el predominio del mercado y rechazar la intervención de los gobiernos en la vida económica (aunque en la mayoría de los países, el Estado aplica medidas de apoyo a los empresarios). La competencia en el mercado, que era la característica principal del sistema en sus periodos iniciales, se ve desplazada a un lugar secundario. Otra característica del capitalismo actual es la creciente relación económica mundial, la llamada globalización, que cancela muchas de las antiguas funciones de los estados nacionales y facilita el predominio de las grandes empresas.
En la actualidad los medios modernos permiten al hombre llegar a cualquier punto de la Tierra en pocas horas y comunicarse en segundos; en las últimas décadas, el hombre ha empezado a penetrar en el espacio sideral, por medio de cuerpos celestes artificiales. También se ha ampliado extraordinariamente la posibilidad de modificar características hereditarias de seres vivos, a través de la ingeniería genética. Acerca de esta posibilidad, como de muchas otras ofrecidas por el vertiginoso avance de la ciencia, se han abierto graves dudas: ¿la intervención del hombre en el equilibrio de la naturaleza producirá beneficios, o revertirá contra el mismo ser humano, como ha sucedido con frecuencia en otros momentos? Así, se ha señalado que la creación de plantas resistentes a determinadas plagas ciertamente logra un mayor rendimiento de los cultivos correspondientes, pero también da lugar, o puede hacerlo, a la formación de agresores más fuertes y perjudiciales, capaces de superar los nuevos obstáculos que le enfrenta el hombre. En cierto sentido, se trata de la continuación, tremendamente acelerada, de la ya antigua intervención del hombre en la naturaleza, con efectos benéficos unos y dañinos otros. Aquí también, como en tantos aspectos de la actuación humana, se impone un estudio cuidadoso, que ponga en primer lugar el interés general, a largo plazo, de la humanidad, por encima de las conveniencias de grupos privilegiados.
El elemento más importante de las oportunidades abiertas por el progreso de la ciencia y la tecnología es la posibilidad de producir lo suficiente para satisfacer las necesidades básicas de alimento, habitación y demás bienes necesarios para una vida digna a todos los seres humanos.
Sin embargo, subsisten y hasta se agravan serios problemas. La mayoría de los seres humanos viven en la miseria, la ignorancia, la discriminación y los prejuicios, sufriendo explotación y opresión. Permanecen y, peor, vuelven a expandirse enfermedades perfectamente curables, al mismo tiempo que se gastan enormes sumas en armamento y en el lujo de una aristocracia del dinero. Frecuentes guerras locales o internacionales agravan la situación.
La palabra conocimiento es ampliamente empleada en nuestros tiempos, así se pueden escuchar frecuentemente expresiones como "el hombre moderno posee amplios conocimientos", "en comparación con fines del siglo pasado, nuestros conocimientos han aumentado decenas de veces", "sufrió un ataque y perdió el conocimiento", "cometió el error por no tener conocimiento de esa norma". Como se puede observar el significado del vocablo cambia según el contexto y circunstancias en que se usa.
Para los propósitos que nos ocupan debemos aclarar el significado de la palabra, fundamentalmente desde los puntos de vista filosófico y psicológico. El conocimiento es "una forma especial de reflejo de la realidad en el cerebro humano" (Rakítov 1989) lo que no significa que ese reflejo o conocimiento tenga que ser necesariamente cierto o verdadero, por el contrario, con extraordinaria frecuencia nos damos cuenta que algo que considerábamos cierto realmente no lo era. Este hecho ocurre tanto en la vida cotidiana como en el quehacer científico o en cualquier otro tipo de actividad humana, así por ejemplo, hace poco más de 500 años se pensaba que la tierra estaba inmóvil en el centro del universo. Hasta fines del siglo XIX los científicos consideraban que los átomos eran partículas diminutas indivisibles y que no existía una geometría verdadera que no cumpliera con los postulados de Euclides, etc. Se invita al lector a ampliar la lista de ejemplos que ilustren que en un momento dado el reflejo que se tenía acerca de la realidad no era cierto. Si incluye algunos de su experiencia personal será muy bueno.
Los aspectos de la realidad que se reflejan en el cerebro humano son muy variados, así se tiene idea acerca de la estructura y comportamiento de los objetos, de la forma en que deben comportarse las personas en determinadas circunstancias, de cómo proceder para realizar ciertas acciones u operaciones, etc.
Todos los conocimientos de que disponemos, corresponden, de algún modo, ya a determinados fenómenos y procesos ya a determinadas acciones y tipos de actividad de las personas.
Una cuestión importante que se debe dilucidar está dada en la forma en que se conoce la realidad. Es decir, como se adquieren los conocimientos o como se produce esa forma especial de reflejo en el cerebro. Esto es de capital importancia para el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje